Imaginen un idílico cottage en la Provenza habitado por una familia aristocrática inglesa, la noble y acaudalada dinastía de los Melrose. Imaginen que en 1960 los residentes de esa bella casa son el doctor David Melrose, su esposa Eleanor y su pequeño hijo, Patrick. Imaginen que el doctor Melrose pasea por el frondoso y colorido jardín, al fondo, entre campos de lavanda, una joven criada recoge la ropa limpia.
Apuesto a que la imaginación les ha llevado al lugar correcto. Bien. Ahora imaginen que a la criada se le rompe un zapato, y que a pocos metros el doctor Melrose, a quien la criada parece evitar, se entretiene matando hormigas metódicamente.
Si en este punto se les distorsiona la imagen o les invade un mal presentimiento, entonces ya tienen un pie en el mundo de Edward St Aubyn, un lugar de fácil acceso pero intrincada salida.
La escena mencionada más arriba abre la primera novela de Edward St Aubyn, Never Mind, e inaugura la serie del quinteto sobre Patrick Melrose. La obra de St Aubyn ha sido comparada por la crítica inglesa con la de Oscar Wilde o Evelyn Waugh. Es cierto que en Bad News o en Some Hope se lleva a cabo un retrato feroz de la clase alta inglesa, y en ese sentido es sencillo emparentarlos. De hecho, Some Hope tiene lugar en una deslumbrante stately home, en las horas previas a la celebración de una gran fiesta y finaliza cuando la elegante casa de campo apaga las luces. No obstante, a diferencia de las novelas inglesas simplemente nostálgicas de tradición, Some Hope contiene escenas desternillantes, como la humillación del Embajador francés por parte de la princesa Margaret, o el intento de Patrick Melrose de confesar a su mejor amigo el doloroso secreto que arrastra desde la infancia, mientras un excesivamente solícito camarero interrumpe la conversación.
Hay bastantes rasgos formales y estilísticos que dotan a la obra de St Aubyn de un mundo propio, significándose como algo más que otro heredero del genial Waugh. Un ejemplo claro es Bad News, segundo volumen del quinteto, cuyo título ironiza con que esas malas noticias no son tales para Patrick. La novela transcurre en un par de días en Nueva York; Patrick se ha visto obligado a ir a recoger las cenizas de su padre y siendo como es ya un politoxicómano, su principal preocupación es abastecerse del máximo número de drogas, especialmente de heroína. Como si se tratara del protagonista de una canción de Lou Reed, Patrick deambula por las calles de Manhattan esperando a su hombre. Bad News ofrece una visión alucinada de la ciudad, a ratos ciertamente cómica gracias a la aparición de personajes como Jean Pierre, un camello francés que durante ochos años estuvo ingresado en un manicomio convencido de ser un huevo. Jean Pierre ha rehecho su vida y ahora es un dealer en Nueva York, aunque tiene una particularidad: odia a los norteamericanos, y se niega a venderles drogas.
Apuntaba a que del mundo de Edward St Aubyn se entra pero nunca más se sale por varias razones, la principal es que como Bildungsroman, el lector quiere ser testigo del crecimiento del protagonista, sumado a que no resulta fácil abandonar a Patrick Melrose a su suerte.
La evolución de Patrick Melrose cubre desde el descenso al infierno hasta alcanzar una cierta salvación en el último volumen, At Last. Pasada la infancia de Patrick en el cottage –donde se produce el episodio más duro y espeluznante del quinteto y que marcará el resto de su vida–, Patrick se convierte en un politoxicómano refinado, luego en un politoxicómano que trata de madurar. Luego en un padre y marido disfuncional. Luego en un hijo desheredado por su madre, Eleanor, quien opta por la compañía de un charlatán new age. En el transcurso de estos años, Patrick Melrose se ha rodeado de snobs, borrachos, pedófilos, tontos, tiranos, yonquis pretenciosos y, accidentalmente, algún ser bondadoso.
Otra de las razones para no poder dejar atrás a Patrick Melorse tiene que ver con lo que afirmaba la escritora Ann Patchett en una entrevista: “Leí el quinteto Melrose en una semana, y cuando terminé, comencé a releer la primera.” Mi experiencia fue muy parecida a la de Patchett, por lo que al lector interesado en Edward St Aubyn le recomendaría hacerse un hueco en la agenda. No se arrepentirán.
He optado por dejar para el final una dato fundamental, el más goloso para la prensa, el que consiguió que muchos periodistas se molestaran en prestar atención a la obra de Edward St Aubyn: la experiencia traumática de Patrick Melrose es el reflejo literario de lo que el propio escritor sufrió en su infancia, víctima de abusos sexuales por parte de su padre.
Vuelve a envilecerse la imagen, aunque esta vez no es ficción.
(Edward St Aubyn)